domingo, 28 de agosto de 2011

MENTIRAS

   Que no os engañen. Porque es mentira. Una más, de entre todas las grandes falacias que sustentan nuestro día a día, precariamente erigido entre espejismos de inestabilidad social y política.
   Es mentira, digo. Que el Hombre, el Ser Humano, esté tan corrompido como pretenden hacernos creer. Llevamos décadas sometidos a un continuo bombardeo mediático plagado de noticias funestas, catastrofistas; enfoncadas hacia el lado más oscuro y denigrante de nuestras almas. Antes, hasta hace no mucho tiempo -ingenuo de mí- vivía convencido de que semejante despliegue "halagüeño" respondía en gran medida a las oportunistas políticas de los medios, siempre dispuestos, con esa alegría que les caracteriza, a exprimir cualquier filón propicio para llenar las arcas. Sin embargo, ahora no lo veo así.

   Y es que no se trata de eso. En absoluto. O al menos, NO SOLO de eso. Hay algo mucho más grave oculto tras dichas tendencias. Una forma más sutil de adoctrinamiento, de lavado de cerebro que, junto con los opiaceos de sobra conocidos por todos: fútbol, religión, telebasura... está consiguiendo (ha conseguido ya, me temo) su fin más peligroso: adomercernos, convertirnos en figuras grises, abotargadas, convencidas de que nada se puede hacer, y, lo que es peor -desde mi punto de vista, el pecado más absoluto-, robarnos la fé en nosotros mismos, como especie. En nuestra bondad y nuestras capacidades.

   Y es que a fuerza de crecer con ello, de convivir con ello día a día, semana a semana, uno termina sucumbiendo paulatinamente a la sensación de horror, de desesperanza que lo impregna todo. Es lo que nos muestran. Violencia, asesinatos, maltratos, guerras. El problema, además, es que ahora no se limitan a contarnos, como antaño, los Grandes Horrores; aquellos que, aun cuando sobrecogedores, por su condición excepcional -en el tiempo, en sus formas- nos permitian mantenernos ajenos, alejados, una vez se apagaba la radio o se cerraba el periódico. No; ahora nos enseñan las miserias cotidianas, de la calle. De alguien que puede ser tu vecino, tu amigo, el tendero de la esquina a quien llevas comprándole el pan diez años. Y eso, claro, lo vuelve más cercano, lo hace real, capaz de afectar directamente a nuestras vidas.
   Pero repito, no os dejeis engañar. ES MENTIRA. Mirad tan solo a vuestro alrededor con otros ojos. Por cada marido que mata a su mujer; por cada hijo de puta que maltrata a un animal, o se lia a tiros; o viola, o en fin, muestra alguno de los aspectos más oscuros del Hombre, hay cientos, miles, que a lo largo de sus vidas anónimas y calladas, llevan a cabo acciones en apariencia insignificantes, capaces de elevar nuestro espíritu muy por encima de esa iniquidad a la que supuestamente estamos condenados. Gentes normales, que no salen en los telediarios, ni maldita la falta que les hace, que representan gran parte de cuanto somos y de cuanto hemos conseguido a lo largo de la historia, dignificándonos como Raza en su conjunto.
   Así que miradlos a ellos. Y que revienten los medios, los políticos, y los manipuladores de nuestros sueños, de nuestras esperanzas.
   
   Su Historia no tiene por qué ser nuestra Historia.

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