martes, 6 de diciembre de 2011

UN CUENTISTA, UN CUENTO, Y UNA LECCIÓN SOBRE LA VIDA


UN CUENTISTA, UN CUENTO, Y UNA LECCIÓN SOBRE LA VIDA

Nervios. Ahí están, aunque esta vez no se trate de hablar delante de cien personas. Acabo de dejar atrás el frío de la calle y me estoy adentrando en una sucesión de pasillos y ascensores que, tras varias tentativas fallidas, terminará llevándome hasta la sección indicada, entre las plantas tercera y cuarta.
Como digo, nervios. No por tener que hablar, sino ante quienes debo hacerlo. El público de hoy es especial; quizás el más especial al que vaya a dirigirme nunca. Y saberlo me preocupa, porque no estoy seguro de cómo voy a reaccionar. No sé que espero encontrar en sus miradas.
Por fin, llego a una puerta. Al otro lado veo a Bárbara y a Lucía, atareadas en medio de una explosión de colores. Serpentinas, globos, cartulinas recortadas con mil formas diferentes llenan la sala de juegos, contrastando de manera singular con la sobriedad aséptica del resto del edificio. Como un baño de luz en medio de la oscuridad. Su efecto, el choque sensorial inesperado, tiene la virtud de relajarme, actuando a modo de bálsamo para mis alterados sentidos. Bien, allá vamos. Respiro una, dos, tres veces, y traspaso la puerta, sumergiéndome en el acto en un mar de risas, música y gritos. Bárbara, que me ha visto, enseguida viene a mi encuentro. Mientras lo hace miro a mi alrededor, fijándome en varios detalles: el pequeño escenario de guiñoles, allá al fondo, rodeado de un semicírculo de sillas. Las paredes, llenas de dibujos de todos los colores y tamaños. La ausencia casi absoluta, feroz —salvo por alguna máquina— de cualquier atisbo capaz de recordar donde nos encontramos.
Y ella.
Está sentada, sola, concentrada en la lectura de un cuento. Separada por propia voluntad del resto, que alborota, a ratos más, a ratos menos, por toda la sala. Ni siquiera sé si es consciente, pero con su postura, con su determinación concentrada crea una especie de barrera psicológica a su alrededor que hace a los demás no invadir ese espacio en varios metros a la redonda. Observo el efecto un par de veces con curiosidad. La marea de pequeñuelos, sea lo que sea a lo que estén jugando en esos momentos, se mueve hacia allí en dos ocasiones, siguiendo las indescifrables pautas de cualquier movimiento browniano. Y en las dos, sin mediar palabra, siquiera un gesto —la niña no parece darse cuenta, absorta en su lectura— la “marabunta” frena y cambia de dirección antes de alcanzarla.
Bárbara, que ya me estaba poniendo al corriente de todo, se fija en la dirección de mi mirada. Elena, me dice. Tiene nueve años y lleva aquí cerca de dos. La interrogo con los ojos. Pero ella sólo hace un gesto resignado con los hombros, y antes de que pueda averiguar más, me lleva del brazo hasta el corazón de la actividad que nos rodea; y por la que estamos aquí. Conozco entonces a Eli, Nuria, Manu, Dani, Tico y los demás. Y a algunos de sus padres, que también están allí.
—Jesús —me presenta Lucía de manera formal —es el chico que os va a contar una historia antes de las marionetas.
—Un cuento —apostilla Bárbara.
Un cuento.
En el relativo silencio conseguido por mis dos amigas al hablar, esas palabras llegan con claridad hasta Elena, que al escucharlas levanta por primera vez la vista del tebeo, con un leve destello de interés en su mirada. Sus ojos encuentran los míos; y yo, sin dejar de sonreír, de contestar a la batería de preguntas a que me están sometiendo los chicos, comprendo de pronto que hoy estoy allí por ella. Que mis palabras van a tejer una historia para muchos oídos, y sin embargo tomada del mundo de los sueños tan sólo para una persona.
Y cómo demonios lo voy a hacer, me digo abrumado. Cómo voy a conseguir no defraudar esa mirada.

Han pasado los minutos. En el silencio roto de cuando en cuando por el sonido lejano del ascensor, voy desplegando mi historia. El relato elegido para hacer volar, hoy, la imaginación de estos niños ávidos de una vida normal. Me muevo, gesticulando al son del cuento, manejando los hilos invisibles de la atención de cada uno de los presentes, no sé si con mucho o con poco éxito. Pero centrándome, sin apenas pretenderlo, en Elena al llegar a cada nudo importante de la narración.
—… entonces el magnífico ejemplar blanco, rey de reyes entre los ciervos, reapareció delante del malherido caballero. Quería indicarle el camino, la senda oculta perdida durante cientos de años…
Elena no me quita los ojos de encima, atenta a cada una de mis palabras. Me escucha con una intensidad casi física que me atrapa y me obliga a olvidarme a ratos de los demás. A hablarle únicamente a ella.

Han vuelto a pasar los minutos. El cuento acabó hace ya un rato. Y las marionetas. Los niños más mayores juegan a la Play y los peques corretean por todos lados. Menos Elena. Ella está sentada junto a mí, contándome su propio cuento —el que leía tan concentrada, deduzco—. Y es buena. Sabe dotarlo de emoción, y fijarse en las partes más importantes; aunque lo hace con timidez. También me pregunta sobre mi propio relato. El que les acabo de narrar. Entonces, no sé muy bien cómo, me veo hablándole de un libro. De “El Libro”, en realidad. El que marcó mi infancia tardía, y gran parte de la adolescencia. Y, perdido ya sin remedio en esos profundos ojos oscuros llenos de auténtica vida, me lanzo a contarle el mayor de mis secretos. Algo que apenas nadie sabe. Y de cómo ese libro me ayudó a soñar, a recuperar la sonrisa en los momentos más delicados.

Salgo a la calle. Tiritando. Pero no por culpa de las bajas temperaturas. No. Por un frío que sale de lo más hondo, del interior. Me miro la palma de la mano, donde aún conservo el calor de la suya, diminuta, sujetando la mía camino del ascensor. Y veo la imagen de su madre, observándonos con el alma encogida desde la puerta, allá en el salón de juegos.
Me abrocho la chaqueta. Me subo el cuello, y echo a andar, maldiciendo con todo mi corazón, como nunca antes, a la perra muerte y a los Dioses, mientras me juro que Elena sabrá el final del libro. De la historia. Que lo leerá por sí misma, todavía capaz.
Y que si no lo haré yo, aunque tenga que venir toda la tardes, un día tras otro, hasta que el maldito Destino se dé por vencido, y decida no sellarle sus negra puertas al final.

jueves, 24 de noviembre de 2011

MOLLY


Una década y varias relaciones después sigue siendo la mujer más valiente que he conocido. Hasta para dejarme tuvo coraje, a su edad. Y es que se enfrentaba a las cosas de cara, a los problemas y a sus miedos. Después de un primer error, dada su inexperiencia, vino a por mí sin pensárselo, dispuesta a explorar conmigo, a acertar y a equivocarse. Con ella aprendí lo absurdo de los “juegos”. Lo fútil de hacerse el duro o dar celos, de llamar la atención. Me enseñó —a sus diecinueve años— que una mujer de verdad, que se acepta, es capaz de decir lo que siente; de mirar a los ojos y hablar sin ocultar las cosas, para bien o para mal.

Siempre lo hizo. Y por eso, creo, hoy sigo sólo a mis treinta y cinco años. Porque me regaló demasiado pronto algo que jamás he vuelto a encontrar —y os juro que no he parado de buscarlo desde entonces ¿Cómo podría no hacerlo?—. Ella me enseñó la autenticidad con mayúsculas; me mostró la alegría innata de vivir; la verdadera honestidad del corazón.  Siempre, con miedo o sin él, me dijo lo que sentía; si le apetecía tenerme cerca, o saberme lejos; si deseaba hablar o estar en silencio. Había días en los que me quería, pero prefería echarme de menos, y otros en los que necesitaba sentir, fundiéndose con ella, cada nervio de mi cuerpo, dándole calor; reconfortándola.

Hubo momentos muy buenos, y otros no tanto, como en toda relación. Pero nunca estuve perdido. Nunca tuve que fingir, ni adivinar lo que quería interpretando el significado de sus palabras dichas con silencios, o de sus silencios dichos con palabras carentes de razón. No necesité aprender las reglas absurdas del cortejo impostado, lleno de mentiras, en que hemos convertido los humanos, pervirtiéndolo, convirtiéndolo en una especie de partida de ajedrez, el amor.

Por eso ¿Qué queréis? No me pidáis entonces que tenga paciencia con vosotras; no en esto. No intentéis hacerme participar en esa danza pueril de tiras y aflojas y de falsos movimientos. No me vendáis la falacia de la distinción de sexos, de que esa es la única manera de jugar a este juego entre vosotras y nosotros.
No lo hagáis. Porque sé que es mentira.
No lo hagáis porque yo tuve la inmensa fortuna de amar, de conocer a una mujer valiente que jamás vaciló al mirarse en el espejo y reconocer sus miedos, sus dudas. Jamás vaciló al desnudar, pese a lo que ello pudiese suponer, su corazón.

lunes, 31 de octubre de 2011

Hace tiempo, soñaba con encontrar la magia, con alcanzar las estrellas… y viajar sobre las alas de un Dragón.
Después soñé con crecer; con aprender las reglas de los Hombres… y conquistar el corazón de una mujer.
Más tarde, soñé con perderme en un viaje sin retorno, a la búsqueda de un alma, cuando la vida mostró sus cartas. Quería saber quién era yo.
…………
Ahora, con el polvo del camino a mis espaldas, de nuevo miro a las estrellas. Y ya no sueño. Sólo sé. Que hay viajes que nunca deben olvidarse. Y que por eso, algún día, volaré aunque sea con la imaginación.

J. G-R L.

lunes, 3 de octubre de 2011

MANIFIESTO DE UN SER HUMANO

   Pues eso, que ante el abrumador despliegue de infamia y desfachatez del que, cada vez más, estamos siendo testigos, y no sólo testigos, sino parte directamente perjudicada, se me han inflado los coturnos.
   Y tras sopesarlo debidamente, y meditarlo mucho, he redactado este documento a modo de Manifiesto y declaración de intenciones. Aún no sé muy bien que voy a hacer con él. Si difundirlo, o nó. Si alguien se hará eco, o será otro mensaje metido en una botella que se perdará en el océano infinito de la Red, como tantos y tantos a lo largo del Tiempo.
   Lo ideal sería que la gente que lo lea, y esté de acuerdo o se sienta identificada lo fuese firmando y pasando, de manera anónima si así se prefiere. Pero como vivímos asentados en nuestra diaria apatía y comodida, o como somos muy cobardes, a pesar de lo mucho que nos gusta quejarnos de todo, dudo que ocurra.
   De momento aquí está.



   MANIFIESTO DE UN SER HUMANO.


Yo, Jesús García-Rojo Liñán, nacido Hombre en el seno de la Especie Humana, a la que reconozco multi-étnica, multi-cultural y con la que me identifico en su TOTALIDAD, más allá y por encima de consideraciones ideológicas, religiosas, políticas o raciales de cualquier clase, como testigo y parte perjudicada de la DEGRADACIÓN a que está siendo sometida, en el pasado y en el presente, y ante el peligro cada vez más inminente de su destrucción como tal, o de su probable degeneración a un estadio de mera masa manipulada, sin conciencia ni naturaleza propias, DECLARO:

1).      Que considero a cada individuo nacido dentro del seno de la Especie Humana un ser único, irrepetible e irreemplazable.
2).      Que el bienestar, la salvaguarda y la protección de cada uno de tales individuos está por encima, y será SIEMPRE antepuesta por mí, al bien de cualquier Estado, País, Nación o Región; ideal político, religioso, económico o social; o de cualquier estamento judicial, civil o militar.
3).      Que el bienestar, la salvaguarda y la protección del mundo en el que ha nacido y vivido nuestra especie desde su aparición, entendiendo como tal El Planeta Tierra y comprendidas su Fauna, Flora y Geografía en conjunto; todas sus riquezas naturales y su biodiversidad, está por encima, y será SIEMPRE antepuesto por mí, al bien de cualquier Estado, País, Nación o Región; ideal político, religioso, económico o social; o de cualquier estamento judicial, civil o militar.
4).      Que en base a los tres puntos anteriores, todo Estado, País, Nación o Región; organismo o Partido Político, Iglesia o Religión, movimiento idealista, social o filosófico; o estamento judicial, civil o militar que atente de forma directa o indirecta contra el bienestar, la salvaguarda y la protección de cualquier individuo nacido dentro del seno de la Especie Humana, será considerado desde ahora y por siempre mi ENEMIGO; Y en consecuencia, y por extensión lógica, ENEMIGO de la Especie Humana en su totalidad.
5).       Que en base a los tres primeros puntos, todo Estado, País, Nación o Región; organismo o Partido Político, Iglesia o Religión, movimiento idealista, social o filosófico; o estamento judicial, civil o militar que atente de forma directa o indirecta contra el bienestar, la salvaguarda y la protección del mundo en el que ha nacido y vivido nuestra especie desde su aparición, entendiendo como tal El Planeta Tierra y comprendidas su Fauna, Flora y Geografía en su totalidad; todas sus riquezas naturales y su biodiversidad, será considerado desde ahora y por siempre mi ENEMIGO; Y en consecuencia, y por extensión lógica, ENEMIGO de la Especie Humana.
6).      Que consideraré desde ahora y por siempre mi ENEMIGO, y en consecuencia, y por extensión lógica, ENEMIGO de la Especie Humana a toda persona que atente, dañe o perjudique de forma directa o indirecta, de palabra o de obra, de forma voluntaria y en perfecto uso de sus facultades mentales, a cualquier individuo o grupo de individuos nacidos dentro del seno de la Especie Humana, sin importar motivaciones, posibles justificaciones o razonamientos de ningún tipo.
7).      Así mismo, consideraré desde ahora y por siempre mi ENEMIGO, y en consecuencia, y por extensión lógica, ENEMIGO de la Especie Humana a toda persona que atente, dañe o perjudique de forma directa o indirecta, de palabra o de obra, de forma voluntaria y en perfecto uso de sus facultades mentales, cualquier elemento del mundo en el que ha nacido y vivido nuestra especie desde su aparición, entendiendo como tal El Planeta Tierra y comprendidas su Fauna, Flora y Geografía en su totalidad; todas sus riquezas naturales y su biodiversidad.
8).      Que reconozco, acato y cumplo, de buena fe y en pleno uso de mis facultades mentales, las normas sociales y las leyes establecidas en mi propio País, y en todo otro Estado, País, Nación o Región, entendiendo que son necesarias para el desarrollo de la civilización, y para la convivencia en armonía de los Seres Humanos, en tanto dichas normas y leyes no atenten contra mis libertades fundamentales, las libertades fundamentales de todo Ser Humano, o contra cualquiera de los puntos citados en este manifiesto.
9).      Que considero y entiendo el Punto nº8 como un acuerdo mutuo entre el Estado, País, Nación o Región donde me encuentro, y mi persona física y jurídica; y que en tanto todo Estado, País, Nación o Región, en base a sus leyes, tiene la potestad de rescindir tal acuerdo o considerarlo roto dado su incumplimiento por parte de mi persona física o jurídica, YO como persona física o jurídica ostentaré el o los mismos derechos, pudiendo considerar roto dicho acuerdo dado su incumplimiento por parte del Estado, País, Nación o Región donde me encuentro.
10).   Que como Ser Humano de pleno derecho, y reconociendo como tales a todos y cada uno de los miembros de mi especie, considero los nueve puntos anteriores de este Manifiesto fundamentales y necesarios para el bienestar, la salvaguarda y protección de mis semejantes, de todo ser vivo o de toda forma de vida conocida o por conocer, así como del planeta en que vivimos, entendiendo como tal El Planeta Tierra y comprendidas su Fauna, Flora y Geografía en conjunto; todas sus riquezas naturales y su biodiversidad. Y por ello, y para que conste, lo ratifico y me adhiero a él en pleno uso de mis facultades mentales, mis libertades, y sin que medie amenaza, daño, o coacción de ningún tipo.



Jesús García-Rojo Liñán
A Lunes, 3 de Octubre del año 2011

PERSONAS QUE SE ADHIEREN A ESTE MANIFIESTO:
Jesús García-Rojo Liñán

jueves, 8 de septiembre de 2011

35 AÑITOS HACE QUE VINE AL MUNDO, TAL DÏA COMO HOY. QUIEN LO IBA A DECIR...

   Así que una fotito rescatada del baúl de los recuerdos (cortesía de mis primillos, con quienes, por cierto, estoy compartiendo cuadro). En la imagen: Pilar, con el chupe. Mariano, de rojo y con esa mirada cabizbaja, fijo que tramando alguna de las gordas. Y para humillación propia y ajena, mi hermano y yo, con esos cortes de pelo. Válgame...

   

domingo, 28 de agosto de 2011

MENTIRAS

   Que no os engañen. Porque es mentira. Una más, de entre todas las grandes falacias que sustentan nuestro día a día, precariamente erigido entre espejismos de inestabilidad social y política.
   Es mentira, digo. Que el Hombre, el Ser Humano, esté tan corrompido como pretenden hacernos creer. Llevamos décadas sometidos a un continuo bombardeo mediático plagado de noticias funestas, catastrofistas; enfoncadas hacia el lado más oscuro y denigrante de nuestras almas. Antes, hasta hace no mucho tiempo -ingenuo de mí- vivía convencido de que semejante despliegue "halagüeño" respondía en gran medida a las oportunistas políticas de los medios, siempre dispuestos, con esa alegría que les caracteriza, a exprimir cualquier filón propicio para llenar las arcas. Sin embargo, ahora no lo veo así.

   Y es que no se trata de eso. En absoluto. O al menos, NO SOLO de eso. Hay algo mucho más grave oculto tras dichas tendencias. Una forma más sutil de adoctrinamiento, de lavado de cerebro que, junto con los opiaceos de sobra conocidos por todos: fútbol, religión, telebasura... está consiguiendo (ha conseguido ya, me temo) su fin más peligroso: adomercernos, convertirnos en figuras grises, abotargadas, convencidas de que nada se puede hacer, y, lo que es peor -desde mi punto de vista, el pecado más absoluto-, robarnos la fé en nosotros mismos, como especie. En nuestra bondad y nuestras capacidades.

   Y es que a fuerza de crecer con ello, de convivir con ello día a día, semana a semana, uno termina sucumbiendo paulatinamente a la sensación de horror, de desesperanza que lo impregna todo. Es lo que nos muestran. Violencia, asesinatos, maltratos, guerras. El problema, además, es que ahora no se limitan a contarnos, como antaño, los Grandes Horrores; aquellos que, aun cuando sobrecogedores, por su condición excepcional -en el tiempo, en sus formas- nos permitian mantenernos ajenos, alejados, una vez se apagaba la radio o se cerraba el periódico. No; ahora nos enseñan las miserias cotidianas, de la calle. De alguien que puede ser tu vecino, tu amigo, el tendero de la esquina a quien llevas comprándole el pan diez años. Y eso, claro, lo vuelve más cercano, lo hace real, capaz de afectar directamente a nuestras vidas.
   Pero repito, no os dejeis engañar. ES MENTIRA. Mirad tan solo a vuestro alrededor con otros ojos. Por cada marido que mata a su mujer; por cada hijo de puta que maltrata a un animal, o se lia a tiros; o viola, o en fin, muestra alguno de los aspectos más oscuros del Hombre, hay cientos, miles, que a lo largo de sus vidas anónimas y calladas, llevan a cabo acciones en apariencia insignificantes, capaces de elevar nuestro espíritu muy por encima de esa iniquidad a la que supuestamente estamos condenados. Gentes normales, que no salen en los telediarios, ni maldita la falta que les hace, que representan gran parte de cuanto somos y de cuanto hemos conseguido a lo largo de la historia, dignificándonos como Raza en su conjunto.
   Así que miradlos a ellos. Y que revienten los medios, los políticos, y los manipuladores de nuestros sueños, de nuestras esperanzas.
   
   Su Historia no tiene por qué ser nuestra Historia.

jueves, 25 de agosto de 2011

HUMANOS, solo HUMANOS

   Cometí MUCHOS errores... Lloré por quien no debía, y reí con FALSAS amistades. Tropecé dos veces con la MISMA piedra y cuando dije nunca más, me empujaron y caí estampado por tercera vez. Perdoné demasiado... Callé TE QUIEROS, que por miedo, se quedaron en el aire. Callé VERDADES... por no hacer daño... Abracé a personas que NO SE MERECIAN ni el roce de mi piel. Disfruté de pequeños detalles, y aprendí, poco a poco, en qué consiste la vida... En que consiste vivir.

viernes, 12 de agosto de 2011

LO DE PÉREZ REVERTE (mi carta y su artículo basado en ella)


SOBRE PADRES, PERROS Y GORRIONES
 
  La perra color canela. Así se llama el último artículo que acabo de leer, después de una agradable y nublada tarde de sábado poniéndome al día sobre su columna en la revista El Semanal, Don Arturo.
 Como siempre, me ha hecho sonreír con ironía cómplice en la mayoría de las ocasiones. A ratos soltar unas buenas carcajadas. Y durante todo el tiempo de lectura, sin excepción, pensar y reflexionar sobre mil y una cosas.
Hoy, sin embargo, este último artículo me ha obligado a parar. A detenerme tras su punto y final para llevar la mirada perdida más allá de la ventana (una ventana amplia y enrejada, testigo mudo de tantos fracasos, fantasmas, alegrías y esperanzas) y dejar salir, al fin, una lágrima retenida durante demasiados días.
Por un gorrión. Así, como suena. O, más bien, por una cría.
 
Mi nombre es Jesús. Nací en Madrid, pero con tan solo un añito vine a parar a Málaga, a este pedacito de costa bañado por un mar viejo y sabio que usted bien conoce y, como yo, tanto ama.
Voy camino de cumplir los treinta y aquí sigo, junto a él. Recorriendo la línea difusa del día a día al socaire de sus olas, de sus mareas. De sus típicas resacas. Pasando temporadas enteras sin verlo, a pesar de sentirlo tan cercano. Y otras leyendo novelas (algunas suyas), o tan solo escuchando, sentado al atardecer en la tibia arena de sus playas.
La cuestión es que hace dos días, mientras paseaba con mi perro, un collie precioso con algo de Pastor Belga, vi como una pequeña cría de gorrión caía de su nido al césped del pequeño jardín que rodea el bloque donde vivimos. Aún no podía volar, aunque ya tenía plumas y lo intentaba desesperadamente, tratando de volver a su hogar, allá en el árbol. Nos quedamos parados, Simba como siempre observando con las orejas tiesas, la cabeza ligeramente ladeada y una mirada de intensa curiosidad, y yo indeciso sin saber muy bien que hacer en aquellos primeros instantes.
Intentaba recordar algo sobre pájaros, saber si los padres tenían alguna posibilidad de salvarlo estando allí abajo, o tan siquiera de verlo, confundido entre el césped y las plantas. La Naturaleza es sabia –al menos eso dicen-, sé que en la época de cría muchos polluelos corren la misma suerte y, supongo, mueren. Pero no podía quedarme indiferente contemplando cómo aquella diminuta criatura saltaba desesperada de un lado otro (no después de haber visto crecer a mi perro; de haberle mirado a los ojos cientos de veces consciente de su inteligencia, de su alegría innata, de su lealtad absoluta. No después de haber entendido hace mucho tiempo –y gracias a él- que cada ser vivo, por pequeño que sea, debe sentir y sufrir, a su manera, igual que nosotros). Me puse debajo de los árboles, mirando hacia arriba, tratando de atisbar entre las ramas, por si veía el nido y podía subir hasta él con el polluelo.
Era imposible, o al menos bastante complicado, teniendo en cuenta que iba a necesitar las dos manos para trepar.
Al final, sin estar demasiado seguro de semejante decisión, opté por llevarlo conmigo a casa con la idea de salvarlo de los gatos que siempre merodean por el vecindario (y con los que mi perro, por cierto, mantiene una curiosa relación de vive y deja vivir). Entre mi madre, mi hermano y yo le hicimos un pequeño nidito improvisado mientras pensábamos en la manera de ayudarlo. Como vivimos en un primer piso cuya terraza da al jardín optamos por dejarlo allí, dentro de su precario nuevo hogar. Y al cabo de un rato los padres  ya lo habían localizado, viniendo cada poco tiempo a darle de comer. Creímos que esa era la solución. Sin embargo otros pájaros más grandes también empezaron a mostrar “excesivo” interés por él. Así que tuvimos que desistir.
En fin, para no hacerme pesado, le diré que pasamos el resto de la tarde tratando de encontrar la mejor manera de salvarlo. Con cartones le construimos una caja-nido, protegida por arriba de posibles depredadores, pero así le era muy difícil a los padres alimentarlo. Bajé a comprarle comida (una papilla especial para polluelos), tras decidir convertirme en su familia adoptiva hasta que aprendiese a volar. Y debo reconocerle que verlo temblar asustado, tratando de huir de nosotros a pesar de sus pocos días de vida, piando para llamar a los suyos, me partía el alma.
Pero había que hacerlo. Entré en Internet y encontré (quién lo iba a decir) foros específicos, donde cientos de personas enfrentadas a situaciones similares daban consejos sobre la mejor manera de cuidarlos. Lo sostuve entre mis manos, confiriéndole  todo el calor posible mientras con una jeringuilla le daba de comer, y así, supongo que extenuado por el miedo y la debilidad al fin se quedó dormidito.  Lo dejé en el nido improvisado, entre pequeños trozos de mantas, completamente arropado. De cuando en cuando, tal y como había leído en el foro, me acercaba muy despacito y le silbaba suavemente, para que se familiarizara conmigo. Y a la cuarta o quinta vez medio abrió esos ojillos oscuros para piarme.
Ay, esa mirada, Don Arturo…
Sé que solo era un polluelo, una cría de gorrión más, de los cientos de miles que pueblan nuestros árboles. Pero esa mirada me traspasó. No sé que define la inteligencia, ni que grado de conciencia real puede llegar a tener un pajarillo diminuto, sin embargo allí había algo. Reconocimiento, miedo, indefensión… tristeza. Que se yo. Y me recordó los primeros días de convivencia con Simba, cuando nos lo trajeron metido en una caja de perfume, con apenas quince o veinte días de vida, y aún sin destetar, por culpa de algún descerebrado. Aquellas noches de lloriqueos continuos hasta que lo subía conmigo a la cama y se tranquilizaba, acurrucado entre mis brazos (aún hoy con casi nueve años, sigue prefiriendo rincones estrechos para tumbarse, tratando de buscar inconscientemente el calor prematuramente perdido de su madre y sus hermanos).
El caso es que durante aquella noche me levanté varias veces para ver como seguía el pajarillo. Dormía, pero no las tenía todas conmigo. Y, por desgracia así fue, Por la mañana cuando desperté para ir a trabajar el animalito había muerto. De pena, pude saber mas tarde, gracias al foro. Por no estar junto a sus padres.
No fue un buen día, desde luego. Tenía ganas de llorar. Sin embargo el sentido común me decía que sería una reacción absurda. Que estaba a punto de cumplir treinta años y solo se trataba de un pajarillo. Y que había pasado por momentos mucho peores. De manera que me tragué las lágrimas, junto con la rabia y la sensación de impotencia. Pero no pude dejar de pensar.
¿De que carajo sirven tres mil años de supuesta civilización, una carrera y que se yo, si ni tan siquiera nos preparan para lo más fundamental?  ¿Quiénes nos creemos que somos? A pesar de estar movido por la mejor de las intenciones, decidí disponer de la vida de un ser vivo sin tener ni la mas remota idea de cómo poder serle útil. Sí. De haberlo dejado allí, en el jardín, seguramente habría terminado en la panza de un gato, o habría muerto de pena… Pero igual no. Igual sus padres habrían encontrado una manera de mantenerlo a salvo. Ellos llevan aquí unos cuantos millones de años más que nosotros, pasando por lo mismo una y otra vez, y maldita la falta que les hemos hecho nunca.
Así pues, mire usted por donde, Don Arturo. La “insignificante” vida de una cría de pajarillo me provocó, durante los días siguientes, una pequeña “crisis” que me hizo plantearme muchas cosas y volver a pensar en esta pseudo-existencia que nos hemos fabricado, donde muchos lo pasan realmente mal y unos pocos se lo llevan todo. Donde hombres y mujeres honrados, como mis padres, desgranan toda una vida trabajando hasta el agotamiento con la esperanza de ofrecerles un futuro mejor a sus hijos, y de pronto se encuentran con una mísera jubilación que apenas les da para comer y la certeza demoledora de que también ellos han sido utilizados y engañados por quienes salen en la tele prometiendo y diciendo tal cúmulo de imbecilidades.
  Así que por eso esta lágrima, Maestro. Por ellos, mis padres, que perdieron hace mucho la fe en Dios y, al final de sus días, también han perdido la fe en el ser humano. Por la cría de gorrión, caída en el jardín equivocado. Por todos los perros y animales abandonados que mueren a cada momento o son maltratados en cualquier rincón del planeta. Y en definitiva, por haber dejado que nuestra condición de seres inteligentes nos convirtiese en seres crueles y retrasados.
 Como usted dice de cuando en cuando, lo que nos vamos a reír unos cuantos mientras todo esto se va al carajo.
 
 
                                                                                       Jesús García-Rojo






Patente de corso, por Arturo Pérez-Reverte




UN COMBATE PERDIDO







No es preciso recorrer campos de batalla. Hay combates callados, insignificantes en apariencia, que marcan como la más dramática experiencia. El episodio que quiero contarles hoy no está en los libros de Historia. Es humilde. Doméstico. Pero trata de un combate perdido y de la melancolía singular que deja, como rastro, cualquier aventura lúcida. Empieza en el césped de un jardín, cuando el protagonista de esta historia encuentra, junto a su casa, un polluelo de gorrión. Ya tiene plumas pero aún no puede volar. Lo intenta desesperadamente, dando saltos en el suelo. Observándolo, Jesús –lo llamaremos Jesús, por llamarlo de alguna forma– se esfuerza en recordar lo poquísimo que conoce de pájaros: si los padres tienen alguna posibilidad de salvar al polluelo y si éste acabará por remontar el vuelo, de regreso al nido. La Naturaleza es sabia, se dice, pero también cruel. Cualquiera sabe que muchos pajarillos jóvenes y torpes caen de los nidos y mueren.

Un detalle importante: a Jesús lo acompaña su perro. El fiel cánido está allí, mirando al polluelo con las orejas tiesas, la cabeza ladeada y una mirada de intensa curiosidad. Como todos los que tienen perro y saben tenerlo, Jesús no puede permanecer impasible ante la suerte de un animal desvalido. Tampoco puede irse por las buenas, dejando a aquella diminuta criatura saltando desesperada de un lado a otro. No, desde luego, después de haber visto crecer al perro, de leer en su mirada tanta lealtad e inteligencia. No después de haber comprendido, gracias a esos ojos oscuros y esa trufa húmeda, que cada ser vivo ama, sufre y llora a su manera. Así que Jesús busca entre los árboles, mirando hacia arriba por si encuentra el nido y puede subir hasta él con el polluelo. Pronto comprende que no hay nada que hacer. Pero la idea de dejarlo allí, a merced de un gato hambriento, no le gusta. Así que lo coge, al fin, arropándolo en el bolsillo del chaquetón. Y se lo lleva.

En casa, lo mejor que puede, con una caja de cartón y retales de manta vieja, Jesús le hace al polluelo un nido en la terraza que da al jardín. Y al poco rato, de una forma que parece milagrosa, los padres del pajarito revolotean por allí, haciendo viajes para darle de comer. Todo parece resuelto; pero otros pájaros más grandes, negros, siniestros, con intenciones distintas, empiezan también a merodear cerca. No hay más remedio que cubrir el nido con una rejilla protectora, pero eso impide a los padres alimentar al gorrioncito. Jesús sale a la calle, va a una tienda de mascotas, compra una papilla especial para polluelos e intenta alimentarlo por su cuenta; pero el animalillo asustado, temblando, trata de huir y pía para llamar a los suyos, rechazando el alimento. Eso parte el alma.

Jesús, impotente, comprende que de esa manera el polluelo está condenado. Al fin decide buscar en Internet, y para su sorpresa descubre que hay foros específicos con cientos de consejos de personas enfrentadas a situaciones semejantes. Siguiéndolos, Jesús da calor al polluelo entre las manos mientras le administra la papilla gota a gota, con una jeringuilla; hasta que, extenuado por el miedo y la debilidad, el gorrioncito se queda dormido entre los retales de manta. Quizás al día siguiente ya pueda volar. De vez en cuando, tal como ha leído que debe hacer, Jesús se acerca con cautela y silba bajito y suave, para que el animalito se familiarice con él. Hasta que al fin, a la cuarta o quinta vez, éste pía y abre los ojillos, con una mirada que pone un nudo en la garganta. Una mirada que traspasa. Jesús no sabe qué grado de conciencia real puede tener un pajarito diminuto; sin embargo, lo que lee en esa mirada –tristeza, miedo, indefensión– le recuerda a su perro cuando era un cachorrillo, las noches de lloriqueo asustado, buscando el abrazo y el calor del amo. También le trae recuerdos vagos de sí mismo. Del niño que fue alguna vez, en otro tiempo. De las manos que le dieron calor y de las aves negras que siempre rondan cerca, listas para devorar.

Por la mañana, el gorrioncito ha muerto. Jesús contempla el cuerpecillo mientras se pregunta en qué se equivocó, y también para qué diablos sirven tres mil años de supuesta civilización que no lo prepara a uno, de forma adecuada, para una situación sencilla como ésta. Tan común y natural. Para la rutinaria desgracia, agonía y muerte de un humilde polluelo de gorrión, en un mundo donde las reglas implacables de la Naturaleza arrasan ciudades, barren orillas, hunden barcos, derriban aviones, trituran cada día, indiferentes, a miles de seres humanos. Entonces Jesús se pone a llorar sin consuelo, como una criatura. A sus años. Llora por el pajarillo, por el perro, por sí mismo. Por el polluelo de gorrión que alguna vez fue. O que todos fuimos. Por el lugar frío y peligroso donde, tarde o temprano, quedamos desamparados al caer del nido.